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viernes, 26 de julio de 2013

Buenas noches. A veces se oye el filo de la guadaña





No hace mucho, yendo por la acera de una calle, cayeron a escasos centímetros de mí dos barras de PVC que un desalmado estaba manipulando, sin el menor cuidado, en un balcón y que se le fueron de las manos. Me libré de que me abrieran la cabeza, pero el susto me lo dieron.

Hoy también ese viento de la guadaña, que a veces sale a romper el aire y a llevarse provisiones, me ha rozado. Una prima segunda mía, su marido y un conocido, con el que estuve hablando hace un par de días, han fallecido en el accidente de Santiago.

A veces la vida se vuelve cruel, se abre el vientre para dejarnos ver sus entrañas absurdas y nos convence de que, si quiere, nos rompe la copa, nos quema la casa y nos borra el camino.

Me alegro de haber aprendido con muy poca edad que hay que pensar de vez en cuando que nos tenemos que morir. Días como hoy, trágicos y dolorosos, en los que la muerte se muestra desnuda, son los que me hacen recordar que hay que vivir, que no hay que perder el tiempo ni en bobadas, ni en estúpidas rencillas, ni dejando vencer a la pereza, ni haciendo lamentables pasatiempos, ni dejándose la vida en la televisión ni, mucho menos, haciendo daño. Hay que vivir. Es urgente vivir. Puede pasar cualquier cosa en cualquier momento y quedarnos a dos velas. Cada día es una invitación y una necesidad de vivir. Y debe ser también la creación de la vida, de mi propia vida. Y debe ser también un gozo, el gozo de sentirse vivo con la gente y con el mundo. Hay que dormir, pero el resto de las veinticuatro horas del día deben rebosar vida. Cada muerte debe ser un empujón en la espalda que nos impulse hacia la vida. Tenemos que vivir, pero todos. Y con urgencia.

Si esta noche quieres formar la nube de cariño para las personas a las que quieres, no te olvides de los que están sufriendo en Galicia, pero tampoco de las familias de todos los que mueren cada día de cualquier forma -todas las muertes son iguales- y dejando solos a los vivos. Buenas noches.

jueves, 25 de julio de 2013

Buenos días. El accidente


Nunca me gustó que el cirujano estuviera de charla con la enfermera mientras operaba, ni que el conductor del autobús se llevara a la novia y la pusiera en la primera fila de asientos para distraerse con ella, ni que el camarero abandonara la atención a los clientes para conversar con sus amiguetes en la barra, ni tantos casos como se dan con demasiada frecuencia, en los que las funciones que se realizan se abandonan para atender lo que apetece más en ese momento. El tren iba a 190, cuando debería ir a 80. No sé por qué habrá sido, pero, al parecer, el conductor gritaba: 'Somos humanos, somos humanos', como queriendo justificar el exceso de velocidad. No somos humanos. No somos animales. No somos nada. Somos lo que hacemos. Si no hacemos nada, no somos nada. Si hacemos cosas propias de animales, seremos unos animales. Si actuamos como seres racionales, seremos humanos.

Solidaridad con las víctimas del accidente, sean gallegas o no. Y a ver si lo que tengas hoy que hacer, lo haces con la atención necesaria. El 'vale todo' se ha colado ya, lamentablemente, en todas partes. Buenos días.